Principios de 1999. Vamos a Teodelina, Santa Fe, a un festival. Llevamos Rojos Globos Rojos. Pero estábamos ensayando ya La Utopía es un malvón en una lata. Para esta última precisábamos un malvón plástico que pareciera real. Al llegar al club en donde dábamos la función vemos unas macetas elevadas, a unos tres metros del suelo. En cada una de ellas, malvones de plástico. Mientras armamos la escena, Nazareno Iberra toma la decisión. “Yo agarro uno- dice- ¿quién se va a dar cuenta?” Se hace de una escalera y trepa hasta las macetas. Cuando está en lo más alto, ingresa gente de la organización. Nazareno resuelve rápido y, con cara de inocente, les dice: -Estaba mirando estos malvones. ¡Hermosos!
Vale aclarar que el malvón que usamos en la obra posteriormente… vino de Teodelina.
El ARREGLO
La Sociedad Italiana nos albergó 7 años. Pero había que estar en permanentes arreglos. Pintar con cal las paredes, arreglar la entrada, correr a los ratones. Cambiar las tablas del piso de machimbre de pinotea era un trabajo muy frecuente. Las maderas se rompían por los años. Habíamos conseguido una provisión de machimbre para hacer los reemplazos. Corría 1989 y estábamos prontos a estrenar la primera versión de Historias de Irse, Siempre. Néstor Pérez Cabanillas, el Nono, se encontraba abocado a la tarea de medir, cortar y clavar las tablas. La tarde discurría apaciblemente con todo el mundo dedicado a algún trabajo. El Nono dijo “listo” y pocos segundos después irrumpió en una retahíla de insultos. Miramos, las tablas habían quedado perfectas. ¿Qué pasó, Nono? Muy sencillo, el serrucho le había quedado bajo el arreglo. Tuvo que desclavar todo y volverlo a hacer.
BUENAS NOCHES DON NERUDA
1994. Función de Ardiente Paciencia en Paraje El Cabildo. Chamaco Valdez no puede actuar esa noche pues da un final en Tandil. Lo reemplaza el Mono José María Alabart. Ensayos entre semana y continuas pasadas de letra para salir al toro. El personaje a asumir era el de Pablo Neruda en la obra de Antonio Skármeta que años después se conocería en cine como El Cartero. Darío Recio, que curiosamente en la obra hacía de cartero (su trabajo desde hace años), repasa el texto con el Mono en un auto ubicado a la entrada de la escuela por donde va ingresando la gente. El Mono fuma. Termina un cigarrillo, abre la ventanilla (hacía frío esa noche) y arroja la colilla en el momento que tira el texto: Buenas noches, soy Pablo Neruda. Un hombre que ingresaba adonde sería la función le respondió, amable y cortés: Encantado, soy fulano de tal.
La pasada de letra terminó allí mismo.
EL ROMPECABEZAS
Club
Atlético Maderas de Oriente, de Carlos Pais fue una de las obras del año 2000.
Necesitados de una casa que además sostuviera a dos actores en su techo,
acudimos al arquitecto Luciano Carballo Laveglia quien nos diseñó una armazón
de caños estructurales, divididos en 6 caras acoplables. La realizaron los
chicos de la Industrial y ellos junto a Luciano la armaron para el estreno y
las posteriores funciones en El Taller. La primera salida fue al festival de
ATENOB que se realizaba en Lincoln. Fuimos unos cuantos en la combi del
“Colorado” Rodolfo Felicce. Pero no nos habíamos fijado cómo se armaba. Cuando
nos tocó a nosotros montar la escenografía dimos el espectáculo. Llegamos a ser
11 personas girando con las caras de ese cubo, incluido el propio Felicce
atacando los caños con una maza. ¡Tardamos más de 45 minutos! Nos llevamos el
aplauso, las risas y los vítores de todos los técnicos del teatro de Lincoln.
Luego de eso los numeramos y en menos de dos minutos los armábamos. Ganamos el
primer premio en ese festival, pero aún no sabemos si por la actuación o por el
papelón previo.
FURCIOS INSALVABLES
El actor
metido al personaje puede sufrir, como cualquier persona, furcios, olvidos o
lapsus. Como cualquier persona sigue adelante con el hilo de su discurso sin
que a nadie le preocupe mayormente. Pero hay dos furcios históricos en Artecon.
Ambos irreparables. El primero en 1986, la obra Jaque a la Reina. El actor:
Duilio Lanzoni en el personaje de Azor. El texto a decir: ¿Guardias, quién os
ha dado la orden cerrar las verjas? Lo dicho: ¿Guardias, quién os ha dado la
orden de cerrar las vergas? El segundo en 1995, la obra: Pampa del Infierno. La
actriz: María Emilia Mariani, su personaje se llamaba Aburrimiento Fotos de
Viaje. El texto a decir: Y aquí estamos nosotros con unas parejas amigas. Lo
dicho: Aquí estamos nosotros con unas pajeras amigas. Manto de piedad para
ambos.
EUSTAQUIO
En la
Sociedad Italiana pululaban los roedores. Ratones y lauchas eran habitués.
Fueron combatidos y perseguidos hasta que una colonia de gatos se instaló y
acabó con ellos, excepción hecha del Laucha Martínez que se mantuvo indemne.
Pero en los primeros años el más conspicuo habitante perteneciente al reino
animal (sin chistes fáciles) fue un murciélago al que el Negro Vega bautizó
como Eustaquio. Eustaquio era muy respetuoso y solo aparecía en los ensayos.
Ciertamente tímido como buen murciélago, evitaba las grandes presencias de
público. Se ve que con los integrantes del grupo tenía confianza. Pero un día
las luces de la fama pudieron más. Fue también en Jaque a la Reina y Eustaquio
demostró conocer el texto. Liliana Coviella discurría un pequeño monólogo, en
el momento de decir “Hay algo extraño en el aire esta noche”, Eustaquio comenzó
a volar por la escena sin que Liliana, por suerte, lo notara. Luego se
fue. Pero muchos de los espectadores se fueron convencidos de que había
sido un efecto especial.
CUESTIÓN DE GUSTOS
1985.
Artecon ofrece 2 Obras por la Paz. Se trata de El Gigante Amapolas, de Juan
Bautista Alberdi y El Fusil de Madera, de Duilio O. Lanzoni. Auspician
organismos de derechos humanos bajo el lema de “Cien para seguir viviendo”.
Movida rara para la época. Las funciones se hacían por entonces en el Teatro
Coliseo, que aún era municipal. En la boletería, que se abría por las tardes,
dando una mano, estaba Jorge Suárez. Se abre la puerta e ingresa un señor con
el que se desarrolla este brevísimo y contundente diálogo: SEÑOR: ¿Hay ballet
hoy?, JORGE: No, teatro. SEÑOR: ¿Vienen de afuera?, JORGE: No, son de Bolívar,
SEÑOR: ¡Ah, entonces no me gusta!
Dio media
vuelta y se fue raudamente. Esperamos en estos 30 años haber cambiado algo de
aquella mentalidad. Algo, no más.
PECADORES
Invierno del
2007. El grupo es invitado al festival de Tres Lomas. Hacia allí van en una
combie llevando Estado de Derecho, otra pieza de Duilio Lanzoni. La función se
desarrolla con normalidad. Llega la escena en que el personaje que interpreta
Patricia Galaz, ayudado por el que lleva adelante Pilar Suárez, violan en mitad
del escenario al personaje que juega Horacio Zárate. Un leve murmullo viene de
media sala, se va acrecentando y se convierte en un pequeño escándalo. ¿La
causa? Una señora, ante la escena que veía, se arrodilló en medio del pasillo
central y, brazos en cruz, comenzó a pedir que se perdonaran los pecados de
aquellas personas que no sabían lo que hacía. La gente de la organización debió
acompañarla amablemente fuera de la sala. Como detalle agreguemos que tras esa
función el elenco comió hasta reventar un impagable pollo arrollado a los
cuatro quesos. O sea, lascivia y gula.
UNA CONSOLA DE MUCHOS WATTS
Agosto de
1992. Primer viaje a los festivales de Chascomús. Llevábamos Historias de Irse,
Siempre en su segunda versión. Marta se llamaba la jefa técnica del teatro y,
si bien nos hicimos muy amigos de ella, en aquella primera vez no teníamos una
relación aceitada. Minuciosa y exigente hasta seguía al costado del escenario
la obra con un libreto. Ni bien llegamos abrumó al equipo técnico con pedido de
certezas y datos de la puesta. En cierto momento le pregunta a Diego Lanzoni,
iluminador del grupo desde hace más de 20 años, sobre la puesta lumínica y le
inquiere: “¿Cuántos watts va a usar?, de eso depende el tamaño de la consola”
Muchísimos, respondió Diego ante la mirada asombrada del resto del elenco.
¿Tantos watts usan?- se asombró Marta. Si, remató Diego, porque la “vua”
prender y la “vua” a apagar muchas veces. El elenco hizo veloz mutis por donde
se pudiera.
NI DOS PESOS
El 1º de
junio de 2001 estrenamos El Cruce de la Pampa, de Rafael Brusa, en Junín. En el
teatro de La Ranchería. El estreno se dio allí porque se hacía el Festival
Regional que acabaríamos ganando y por ello, yendo al provincial de Tandil.
Tras un accidentado viaje en un Dasia alquilado que se paraba a cada rato,
llegamos al teatro, ingresando a la sala por el frente y pasando al lado de una
barra en donde había alguna gente. Al terminar la obra, salimos por el mismo
lugar y entre los saludos que recibían Leandro Galaz y Marcelo “Chamaco”
Valdez, sin dudas se destacó el de un hombre grande de edad que le dijo al
Chama: “La verdad, hoy temprano cuando lo vi entrar, yo no daba ni dos pesos
por usted, pero la actuación fue bárbara”. Nunca supe si agradecerle o
putearlo, diría luego Chamaco.
LA MANZANA ANTICONCEPTIVA
Primavera de
1997. La obra es El Tesoro del Cofre de la Casa de la Bruja, de Raúl Echegaray.
Ubiquemos que por ese entonces la sala tenía su escenario semicircular. Función
para una escuela. Los chicos, al tener esta forma el escenario, rodean a los
actores y se sienten más partícipes en la historia. Una manzana que se
utilizaba en la puesta, rueda y va a dar a los pies de los chicos. Uno de
ellos, solícito, la alza, la mira y decide que lo mejor es devolverla a la
escena. Pero lo hace con demasiado ímpetu. La manzana vuela como en cámara
lenta y va a dar exactamente en los testículos de Dalmiro Zantleifer, uno de
los actores que protagonizaban la obra. Y para golpes de esa índole no hay
técnica actoral que valga. Dalmiro acusa el golpe, termina la escena como puede
y sale, dicen algunos que hablando con voz finita. El resto del elenco apenas
si pudo contener las carcajadas.
EL OLVIDO
Salvador
Horacio Coviella fue el ejemplo del militante. Para Bolívar era el sinónimo del
comunismo, durante décadas. De hecho, merecería quizás una obra aquella
anécdota de 1963 cuando en Dallas mataron a Kennedy y él fue arrestado por la
policía local, la de Bolívar, como sospechoso. Además, fue un hombre de teatro
a todas luces. Fundador de El Mangrullo no tuvo problemas ni pruritos en venir
a Artecon, integrado por gente de mucho menos edad que él. Pero su desmemoria
para los textos era mítica. En 1983 le toca el personaje de Alsina en la
primera versión que el grupo hace de El Viejo Criado, de Roberto Cossa. Walter
Álvarez era Balmaceda, Juan Calos Abrain: Carlitos y Malú Gardón era Ivonne.
Walter hacía malabares con la letra en ensayos y funciones para guiar a los
olvidos de Horacio. Más, en una función en el Coliseo, el que se perdió fue
Walter y Horacio, canchero, lo miró, hizo una pausa larguísima mientras Walter
se ponía pálido y, simplemente, le espetó una frase- que nada tenía que ver con
la obra- que quedó en la tradición del grupo: “Te olvidaste, Negro”.
EL LAUCHA- CAPITULO 1
Hay gente
que deja su huella. Marcelo Martínez, el Laucha, más que huella deja una
estela. Por eso amerita al menos un par de capítulos especiales en el anecdotario.
NO TAN BUENA SUERTE
Para la
primera versión de Historias de Irse, Siempre, en 1989, la escenografía fue
realizada por Mónica López. Sobre bastidores de madera en forma de paneles
pintó, usando como tela los diarios La Mañana de la época, en formato sábana,
el contorno de una ciudad. De un lado en tinta china, del otro en colores. Un
trabajo minucioso y de mucho tiempo. Un sábado, cerca de concluir su labor,
había extendido los papeles sobre el piso de la Sociedad Italiana para que se
secaran. A la misma hora llegó el Laucha. Antes de entrar, sin querer, piso una
caca de perro. Enojado con tal situación, comenzó a arrastrar el pie
responsable, para sacar los restos, por todo el piso de la sala, lo que le
motivó los retos de los demás. Retos que se convirtieron en un gigantesco NO
cuando el Laucha, sin mirar lo que pisaba, pasó, arrastró y rompió uno de los
susodichos murales. Mónica tuvo que hacerlos de nuevo. Y después Serrat y
Sabina dicen que pisar mierda trae buena suerte.
EL ESPEJO
Otra vez Historias
de Irse, Siempre. Ahora en la versión 1992. El Laucha integra el elenco que
viaja al Festival de Chascomús. Artecon se aloja en el Hotel del gremio
municipal de aquella ciudad. Van a parar al segundo piso de ese lugar que
entonces estaba presidido en su recepción por una gigantesca foto de Menem
autografiada. Las escaleras que conducen al piso superior están rodeadas de
espejos que cubren toda la pared. Uno se ve a sí mismo bajando, como de otra
dimensión. Y, cómo todos habrán imaginado, el inefable Laucha quiso conocer esa
otra dimensión. En una de las subidas en vez de girar hacia la escalera, viró
hacia el espejo. Era duro e impenetrable. Nada de teorías quánticas. La cara
del Laucha puede dar fe.
LA ESCALERA
1995. El
grupo trabaja a toda velocidad para transformar el taller mecánico que había
adquirido en lo que es hoy: El Taller. El Laucha está realizando la instalación
eléctrica. Está pasando los cables en el sector más alto de la sala. Y aquí
valen dos detalles: El Laucha no le teme a la altura en lo más mínimo y la
escalera que usaba era una que había regalado Horacio Coviella en los comienzos
del grupo, muy alta y muy insegura. A la vez, un señor contratado por el grupo,
pintaba las viejas butacas de hierro fundido. De pronto, la escalera se cierra
y el Laucha queda pendiente de una cabreada colgado de sus manos y con la
escalera atrapada entre sus piernas. Con un hilo de voz dice:-Señor… El hombre
gira apenas su cabeza, lo mira y sorprendentemente pregunta: - ¿Qué? – Si me
puede ayudar que se me cerró la escalera- balbucea el Laucha, colgado como
estaba de unos tres metros y medio de altura. Entonces el señor terminó de dar
las pinceladas que le faltaban, se limpió un poco las manos y ahí sí, sin mayor
apuro, fue y le abrió la escalera al Laucha. Cosas que sólo a él le pasan.
EJERCICIO DE CONFIANZA
Ya que
estamos por estrenar la tercera parte de la saga de Sánchez y Manchini,
ilustremos el momento con algunas anécdotas de las obras anteriores. Para
entender esta, quienes no hagan teatro, deberán saber que existe un ejercicio
de confianza en que un actor cierra los ojos y deja que un segundo lo conduzca,
respondiendo a toques efectuados por la mano en la espalda. Si la mano está
apoyada, se va hacia delante, si se apoya hacia la izquierda, a la izquierda,
si se retira, se detiene, y así. Pilar Suárez ensayaba un reemplazo en Los
Sitiadores. Sánchez, o sea Horacio Zárate, tenía los ojos vendados. Pilar debía
sacarlo de escena y supuso que la venda le permitía a Horacio ver, en tanto
Horacio creyó que Pilar lo llevaba de acuerdo a lo contado. Ni una cosa ni la
otra. El asunto es que Zárate quedó desparramado entre los roperos que en la
vieja disposición de la sala quedaban al lado izquierdo del escenario. Horacio
golpeado, Pilar y el resto, con un ataque de risa. Riesgos de un actor.
EL INVASOR
2010,
Pehuajó. El escenario del TIP de aquella ciudad está al revés de lo habitual
por una puesta que venían haciendo. O sea, da a la calle. Sánchez esquina
Manchini se desarrolla con muy buena recepción del público. Leandro Galaz
reemplaza ese día a Horacio Zárate. Está en escena con Alejandro Leopardo.
Fuera Lorena Mega y Marco Lanzoni esperan para entrar. De pronto en donde están
ellos se escuchan voces. Incluso Alejandro y Leandro morcillean un poco sobre
el tema, desconcertados. ¿Qué había pasado? Un asistente a la sala había
estacionado su auto frente a un garage, el dueño del mismo se mandó al teatro
para hacer el reclamo y Lorena, vestida como estaba de Pachamama junto a Marco,
debieron impedir su raudo ingreso a la escena. El señor volvió algo más tarde,
pero su ingreso- esta vez- fue interceptado por la gente del TIP en el pasillo
de acceso al teatro.
MEDIO CIEGO
Los
Sitiadores en Chascomús. Curiosamente esta anécdota lo tiene a Darío Recio,
entonces Manchini, como víctima. Darío usa lentes de contacto. Ni bien comienza
la obra un movimiento de Horacio Zárate le vuela uno de los lentes. Imposible
siquiera buscarlo en medio de la obra, por lo que Darío quedó medio ciego hasta
el final, con los desajustes que provoca, además, tener un lente en un ojo y
nada en el otro. Pero no conforme, Horacio fue por más… El texto de Los
Sitiadores tiene una breve pasada por los retruécanos subidos de tono. Manchini
decía: -“Somos una ínfima parte del sujeto colectivo, somos una brizna de
paja...” y Sánchez, o sea Horacio, debía responder: - Me hiciste… Mas Horacio
le respondió: - Te hice…
De todas formas Horacio Zárate en aquel
encuentro de Chascomús en el 2005 ganó el premio al Mejor Actor y Darío estuvo
en la misma terna.
LA PRIMERA
En 1981,
tras la presentación de Los de la Mesa 10, Aletheia inicia una diáspora. Entre
estudios y servicio militar, sus integrantes se dispersan. Los que quedan
refundan el grupo y le ponen Arte Teatral Contemporáneo, o sea, Artecon.
Comienzan los ensayos de Historia del Zoo, de Edward Albee. Pero necesitan un
banco de plaza. Entonces, una noche de invierno del año 82, bien tarde, arman
una expedición a la plaza de la Terminal de micros, que todavía no era la de la
Terminal, pues esta aún funcionaba en General Paz y Edison. Aprovechando la
pobre iluminación y la ausencia de gente, “toman prestado” un banco, en una
corrida memorable de las que los fantasmas del susto fueron más corpóreos que
la propia realidad. Con él ensayan, pero se dan cuenta que si lo usan en el
estreno, que sería el 16 de octubre, se pondrán en evidencia. Así que piden
prestado otro a la Municipalidad, para las funciones a realizarse en la sala de
El Mangrullo. Ambos bancos, el prestado y el “expropiado”, fueron devueltos a
la Municipalidad 10 años después, en 1992 y participaron en más de una obra.
BIEN PORTEÑO
Entre
aquellos integrantes originales estaba Gustavo Hernán Bonamino, actual docente
del IUNA y editor de revistas de teatro entre otras actividades. Gustavo es un
porteño de ley, que por ese entonces vivía en San Juan y Boedo. De campo, nada.
Una noche se armó una de muchas guitarreadas en una quinta a la que los integrantes
del primer Artecon solían ir. Y fue allí en que Gustavo desnudó toda su
porteñidad. Al mirar hacia un sector de la quinta dijo: -¡Cuánto yuyo hay ahí!,
a lo que le respondieron: -¡Animal! Eso no es yuyo, es trigo. Y Gustavo remató
su performance con un: -¿Trigo? Ah, ¡cuántos choclos vamos a comer este año!
¡PARÁ LOCO!
Año 1989.
Artecon presenta en la Sociedad Italiana la obra de Andrés Lizarraga, Tres
Jueces para un largo silencio. Marcelo Valdez es Castelli. Vestido de blanco,
botas y yabó azul, más las patillas que se había dejado para la obra, su
personaje ingresaba por entre el público. En esa época los estrenos llenaban la
sala y solía quedar gente de pie. Ese fue el caso de aquel día. La obra
comienza, Chamaco Valdez sale de una oficina lateral que había en la Sociedad
Italiana y se queda al fondo de la sala, esperando a su entrada. Ahí lo
descubre Pocho, ese entrañable personaje bolivarense conocido como “El Loco
Pocho”, que había ido a la función. Le da charla mientras la obra arranca, para
sufrimiento de Chamaco. Llega el momento, el Chama en su rol de Castelli
comienza su actuación y habla, caminando hacia el escenario. Entonces Pocho le
grita su frase memorable: ¡Pará, loco!, ¿no ves que los muchachos están
actuando?
LAS DESVENTURAS DE DARÍO
Así como le
ha correspondido un apartado especial a Marcelo “Laucha” Martínez en esto de
generar anécdotas, también amerita el mismo honor Darío Recio, aunque las suyas
giran en torno a un leit motiv.
LA EXPLOSIÓN DEL CUBO
Diciembre de
1991. Sociedad Italiana. Artecon pone en escena La Casita de los Viejos, de
Mauricio Kartún y Acordate de la Francisca, de Marisel Lloberas Chevallier. En
esta última sucede la historia. Marcelo Barrera, Luis Montoya y Darío Recio en
escena. Junto a Ana Gracia Jaureguiberry y Marcelo Valdez, que no participan de
la acción pero están sobre el escenario. Darío canta el tango ¡Araca Victoria!
y debe saltar sobre un cubo (construidos en 1985 para El Gigante Amapolas y El
Fusil de Madera, aún queda uno) Pero la enjundia física que caracteriza a Darío
y la fatiga del material, hacen que el cubo estalle, literalmente, en miles de
partículas que hacen un buen efecto bajo el haz de luz. Darío fue de trompa al
piso. Sus partenaires y él mismo pudieron seguir la escena, a pesar de todo.
Ana Gracia y Chamaco lloraban, de risa. Carlos Rusciti, que estaba en la
entrada, no alcanzó a ver la continuidad de la escena. Al caer Darío, se escapó
de la sala y volvió al rato.
EL BIG BANG
1995. Pleno
armado de la actual sala El Taller. La única construcción que había al
comprarlo era el actual baño de actores encima del cual se construyó la
anterior cabina. Apoyada en una pared estaba la puerta de ese baño. Darío
decide pintarla. La apoya en dos caballetes. Primero se le resbala el tarro de
pintura, al querer atajarlo lo que se cayó fue la puerta, Darío quiso detenerla
y rompió el vidrio de la misma. Enojado, le dio una patada a una botella
plástica de gaseosa, que desparramó su contenido por las paredes, descubriendo
ipso facto que lo que había dentro de la mencionada botella era el orín de los
albañiles que estaban trabajando en El Taller. Ah… meses más tarde descubrimos
que la puerta no correspondía al marco del baño. El carpintero Aimar debió
adaptarla de urgencia.
VALE DOBLE
2005.
Terminábamos de poner en escena Los Sitiadores en el teatro del grupo
Candilejas en Rauch. Ya habíamos compartido la cena post obra y estábamos a
punto de irnos. Darío, sonriente y satisfecho dice: -Hoy no me mandé ninguna,
¿eh? Acto seguido, giró para irse y arrancó con su hombro el equipamiento
completo de la luz de emergencia de la sala. Pero no se conformó. A la llegada
a Bolívar, descubrimos que el vehículo que manejaba Darío tardaba mucho. Llegó
cerca de una hora después que el resto. ¿El motivo? Era una noche muy fría, el
parabrisas se escarchaba. Darío paró en una estación de servicio para
descongelarlo echándole un poco de agua. Mas, por no mirar, en vez de agua se
hizo de un tacho que tenía… ¡aceite! Una hora y un poco más le llevó dejar el
parabrisas en condiciones, pero eso sí, los limpiaparabrisas, volaban.
LA ORDEN
Año 2002. El
Saludador en escena. La obra le implicaba una dificultad a Marcelo “Chamaco”
Valdez, que a cada entrada, que la hacía descolgándose de una pared de
utilería, iba perdiendo una extremidad, de modo que al final de la puesta, ya
sin brazos ni piernas, ingresaba a escena en un carrito de supermercado. Además
sufría por entonces de una dolencia en la cintura, por lo que el querido Kacho
Iberra lo ayudaba tras escena a pasar la pared. El Saludador, el personaje que
hacía Chama, siempre ingresaba al compás de La Internacional. Función en El
Taller, con el viejo escenario semicircular. Desde la vieja cabina se veía a
Kacho ayudando a Chamaco. Suena la Internacional. Patricia Galaz está en
escena, pero en vez de entrar Chamaco por la pared, ingresa quien hacía de hijo
de ambos, Pablo Pérez Quevedo, para sorpresa de Patricia y de todos. Balbucea
alguna frase, Patricia contesta con otro poco de sanata. Pablo huye. Desde la
cabina suponen que Chamaco no ha podido pasar por su cintura, pero Kacho
sonriente, saluda con el pulgar en alto. Al fin, ingresa Chamaco. ¿Qué había
pasado? Simplemente que el Chama confundió la letra, creyó que le tocaba
ingresar a Pablo y lo “mandó” a escena. Pablo, obediente y respetuoso de la
antigüedad de Chamaco, lo obedeció y se regaló, a él y a Patricia, uno de esos
momentos inolvidables que suceden en el teatro.
CAÍDAS
Ha habido
caídas memorables en 30 años. Por ejemplo, Patricia Galaz en La Fábrica de
Tandil durante una función de Rojos Globos Rojos, culpa del suelo húmedo. O
Agostina Lanzoni, en un ensayo de Payasos en Peligro, cayendo fuera del
escenario. O Pilar Suárez, por llegar a tiempo a una foto en Rauch. Pero la
superlativa por forma y contexto fue la de Albertina Maranzana. Transcurre
1997. Artecon presenta El Tesoro del Cofre de la Casa de la Bruja, del
tandilense Raúl Echegaray. El propio Raúl está en la sala, venido de Tandil
para ver la puesta que dirigía Marcela Larra. El escenario era el semicircular.
Albertina retrocede y pierde referencia, a tal punto que cae fuera del
escenario. Sus compañeros de escena quedan desconcertados porque la pierden de
vista. No cae violentamente, es como que se derrama del escenario. Tras unos
segundos, asoma la cabeza y dice, generando una irreprimible tentación en
actores, técnicos y el propio autor: -Me caí. Y siguió como si nada.
UNA NOCHE DE FURIA
Marcela
Arioni integraba los primeros talleres de adultos de Artecon. Corría 1994.
Hacía poco había fallecido Pepino Ferraro y el grupo le pone su nombre a la
sala que armaba cada vez en el Comedor Escolar. Y cuando ponemos “se armaba” es
porque es literal. Se colgaban cámaras de fondo, de frente y un cielorraso de tela,
para la acústica. Se montaban las luces y el sonido y se entraban las butacas,
más de cien, que eran de hierro fundido y muy pesadas. Sobre todo las últimas.
Para esa función de imposición de nombre se había invitado a familiares de
Pepino y a gente del PJ. Con una par de personas en la sala, Marcela hizo la
primera: se apoyó con todo el peso de su cuerpo en la última fila de butacas
que cayeron en efecto dominó, golpeando a los pocos que estaban sentados en la
primera fila. Restablecido el orden, se hizo la función y luego, como siempre,
la cena post obra. El comentario en la comida era el lío hecho por Marcela y
los pocos familiares y miembros del PJ que habían asistido al homenaje a
Pepino. Y allí vino la segunda, Marcela escuchaba y, quizás para que olvidaran
lo que había sucedido, afirmó: -Es cierto, qué poca gente vino al homenaje. Ni
el señor Ferraro vino. Y eso que le poníamos su nombre a la sala.
MEDIA
1989.
Artecon acaba de estrenar su primera versión de Historias de Irse, Siempre. Las
funciones son una anécdota en sí mismas. El estreno, como siempre acontecía en
esos años, es a sala llena. Pero el domingo la Sociedad Italiana se vuelve a
completar y entre semana las polémicas se disparan, incluso con editoriales
adversos al contenido de la obra en el Diario La Mañana. A los actores los
abordan para discutir sobre el texto por la calle. Por ende se abren boleterías
entre semana y para el jueves ya no quedan ubicaciones de los siguientes
sábados y domingos. En resumen, más de 1000 personas en seis funciones. En una
de ellas, mientras se desarrollan las escenas, los que no participan espían las
reacciones del público. Graciela Vanzán pregunta, a cuento de una mujer que ríe
en forma estridente: -¿Quién es esa vieja que se ríe como una gallina?, y una
compañera de elenco le responde: -Mi mamá. No se queda conforme con esta
primera y al rato, y con referencia a la escena del Velorio en donde se
menciona un peluquín dice: “Hablando de peluquín, allá hay un viejo que tiene
uno, ¡y torcido!, a lo que otra integrante del elenco le dice: -Es mi suegro.
Llámase Media, pues, a aquella persona que abre la boca para meter la pata.
EL BIGOTUDO
Seguimos en
1989, pero unos meses antes de la anterior. La obra que se pone en escena es
Tres Jueces para un Largo Silencio, de Andrés Lizarraga, sobre la vida de Juan
José Castelli. El personaje de Castelli está a cargo de Chamaco Valdez. Discute
en escena con Balcarce, jugado por Carlos Maineri y Viamonte, interpretado por
Néstor Pérez Cabanillas, el Nono. El Nono usaba y usa unos imponentes bigotes.
La escena discurría en torno a quién había traicionado al Ejército del Norte en
el momento en que la historia de Lizarraga cuenta sobre los sucesos en el Alto
Perú. Chamaco (Castelli), pregunta insistentemente: ¿Quién, pero quién nos ha
traicionado? El espectador medio tenía claro que el traidor era Viamonte, o sea
el Nono, por lo que desde el fondo de la Sociedad Italiana, con voz grave,
alguien del público, decidió poner a Castelli en conocimiento y gritó: ¡Fue el
bigotudo ese!
EL BRINDIS
La de 1998
en Líncoln ha de ser para los integrantes de Artecon que estuvieron un recuerdo
imborrable. Rojos Globos Rojos de Eduardo Pavlovsky se presenta en el festival
de ATENOB y al finalizar recibe una ovación de pie de algo más de 5 minutos. Se
acostumbraba entonces a realizar una cena posterior con todos los elencos en
donde, con la coordinación de Norberto Barrutti, se analizaban las obras vistas
en ese día. Primero destruyeron los presentes la presentación de una obra del
Gran Buenos Aires, que habían llevado un texto de Rafael Spregenbuld. Pero
cuando llegó el turno de la de Artecon, comenzó una competencia para ver quién
elogiaba mejor. Quizás el punto culminante fue lo dicho por un santafesino que
afirmó que había sido un “orgasmo teatral”. Así la cosa, los integrantes del
elenco estaban recibiendo un masaje al ego más que interesante cuando
percibieron que Nazareno Iberra había levantado la mano y pedía hablar. El
resto comenzó a pedirle por señas que depusiera el pedido, y mientras
proseguían los elogios, Nazareno – impertérrito- mantenía su mano en alto.
Hasta que Barrutti le cede la palabra, Naza se para y ¡propone un brindis! Se
hace el brindis y… se termina la discusión-halago, de golpe, sin más. Bajo el
slógan “La única vez que nos elogian y vos tenías que interrumpir”, Nazareno
fue agredido durante todo el viaje de vuelta en la combie desde Lincoln a
Bolívar.
UN DOMINGO COMPLETO
La
presentación de Metáforas en 1993 en Paraje La Vizcaína fue una anécdota en sí
misma. Fue un domingo que se inició con un partido del Fútbol Rural Recreativo,
continuó con Argentina- Perú en la pantalla de un televisor en el salón donde
se haría la obra, partido eliminatorio para el Mundial 94 visto por jugadores,
actores y organizadores; más tarde vino la presentación de la obra y todo
culminó con un baile. Para la obra hubo más de 100 personas, la mayoría fue
llegando con sus propias sillas. Metáforas era una serie de pequeñas piezas
que, básicamente, expresaban el rechazo y resistencia a las políticas
neoliberales menemistas tan en boga por entonces. Y dos pequeñas anécdotas se
suman al relato anterior: en La Luna Eléctrica el personaje que jugaba Chamaco
Valdez escupía con desprecio cuando lo detenían Carlos Maineri y Clarisa Piro,
cantando el himno norteamericano. El público aplaudió el escupitajo. Más tarde
en Nuevo Tiempo (convertida tiempo después en obra independiente con el título
de Cinco Papeles), Chamaco era vapuleado argumentativamente por su esposa,
papel que interpretaba Marcela Larra. Un señor morrudo y con gorra vasca le
comentó a otro, en voz alta, entre el público: “Mi mujer me habla así, y le
cruzo la cara de un talerazo”. En 2010 volvimos al mismo salón con Los Perros
del Olvido.
FALTA DE LUCES
En 1989
llevamos Tres Jueces para un largo silencio a Pirovano. Viajábamos en el micro
con el que entonces contaba la Municipalidad. Íbamos muy temprano a cada viaje
de esos porque había que montar todo, luces y sonido, y todo lo llevaba el
grupo. Cuando bajamos descubrimos que en Bolívar se nos habían quedado todos
los tachos de iluminación. Menos mal que aquí había quedado Graciela Vanzán que
debió llevarlos en su auto. Pero no quedó allí la cosa. Entramos al Teatro
Español de Pirovano por un acceso lateral. El escenario tenía el telón cerrado.
Sabiendo que debíamos esperar un rato para armar las luces, ya que no estaban,
Kacho Iberra decidió ganar tiempo e ir conectando la consola de iluminación
(fabricada por el Laucha Martínez, aún la tenemos y funciona), por lo que cortó
la llave general de electricidad. Dos minutos después, se asomó una cabeza por
el telón. Nunca habíamos mirado hacia la sala hasta ahí. El señor dijo, con
timidez: ¿Podrían darnos luz otra vez, que estamos en una asamblea de la
Cooperativa Eléctrica?
MÉTODOS PARA SUMAR GENTE
Pre estreno
de Cuatro Gatos Locos, año 1991. En ese entonces se invitaba a los alumnos de
la media de adultos (así la llamábamos por esos tiempos) a presenciar estas
presentaciones y debatir al final. La sala María Laura Gardón de la Sociedad
Italiana estaba casi completa. Se realiza la función y comienza el debate. Una
marca del paso del tiempo fue que un gran cuestionamiento que recibió el texto,
por parte de los profesores que asistieron, fue el exceso de malas palabras. El
caso es que el debate sigue y deriva hacia la conformación del grupo. Hacia el
fondo de la sala una de las hermanas de Luis Montoya pregunta: ¿Y si queremos
integrarnos a Artecon, cómo hacemos? Y Marcela Larra da una respuesta que quedó
en la historia del grupo: Vengan, aquí lo esperamos con las piernas abiertas,
dijo confundiendo piernas con puertas. O no.
EL CHIQUI Y LAS SIETE SILLAS
Eran épocas
de sillas. Corría 1988, hacíamos Vincent y los Cuervos en la Sociedad Italiana
y el público se acomodaba en unas sillas de madera que tenían, en su respaldo,
pirograbada, la sigla S.I. No era tarea menor acomodarlas previo a una función.
Pero, para nuestra sorpresa, en la cabina de madera que teníamos en ese
entonces siempre encontrábamos siete sillas. Las bajábamos y al día siguiente
allí estaban otra vez. Incluso llegamos a especular que las subían los ratones,
habida cuenta que eran más los roedores que los actores los que militaban
aquellos tiempos teatrales. Igual, decidimos ir a fondo con el misterio para
descubrir que el raptor de asientos no era otro que nuestro sonidista: Mario
“Chiqui” Cuevas. Sabiendo el culpable no tardamos en saber el motivo. En la
musicalización de la obra de Pacho O´Donnell, el Chiqui usaba siete discos,
siete vinilos, de modo que proveía a cada placa de una silla. Allí dejaba cada
disco desenfundado para poner el tema que correspondiere con la precisión que
lo caracteriza. Y en una de esas para que llegaran descansados antes de girar a
33 1/3 RPM.
CARLITOS FUTBOLISTA
En los
albores del grupo, Artecon solía hacer desafíos futbolísticos – con buen
suceso, o sea más victorias que derrotas- en la canchita de Alem. La de fútbol
reducido. Aprovechando que teníamos unos cuantos integrantes que jugaban en el
fútbol local, tales los casos de Mariano Herro, Jorge Coviella, Miguel
Gargiulo, Nano Morales reforzados por unos muy jóvenes Walter Álvarez, Duilio
Lanzoni, Marcelo Valdez, Nocho Herrera solíamos ganar con frecuencia. Por
supuesto, entre los experimentados y más talentosos se encontraba Carlos “La
Mona” Boado, histórico disc jockey de Casablanca (no era DJ entonces) y
marcador de punta de unas cuantas selecciones de Bolívar, además de sonidista
en aquellos tiempos de Artecon. En uno de esos partidos, Carlitos llegó tarde,
con la aceleración que lo caracteriza pidió cambio (alguno de los nuestros
salió amablemente a descansar) y preguntó el resultado: -Vamos 7 a 2, Carlitos
– le respondieron. Y Carlitos, cual antecedente de Messi, comenzó a volar por
la canchita, para asombro de propios y extraños, eludiendo rivales y
convirtiendo rápidamente un gol. Vino presto con la pelota bajo el brazo hasta
la mitad de la cancha mientras el resto de los participantes seguía sin
entender tamaña enjundia y arengó: -Vamos que se puede, que ya estamos 7 a 3. A
lo que alguien de Artecon le respondió: -No, Carlitos, ahora ganamos 8 a 2.
EL ACTOR DESAPARECE
1991. Cuatro
Gatos Locos en la Sociedad Italiana. Situar el lugar no es un dato menor.
Sostener en pie el entonces viejo edificio de la San Martín era tarea de cada
fin de semana. A los roedores antedichos había que sumar el paso del tiempo sin
refacciones y cierta podredumbre que había atacado los pisos. Entre otras
cosas, por las noches, en el fondo de la Sociedad Italiana, se podían ver las
estrellas, dado el desplazamiento de una de las paredes de otra. Contacto con
la naturaleza que le dicen. En escena estaban los dos bancos de plaza de los
cuales contamos su historia en algún capítulo anterior. Duilio Lanzoni
perseguía en escena a Luis Montoya en torno a uno de los bancos, mas – de
pronto- el perseguidor se quedó sin perseguido. Por arte de magia, Luis había
desaparecido, y no incurriremos en la obviedad de escribir que se necesita
mucha magia para tal cosa. El caso es que por una fracción de segundos el desconcierto
invadió a los presentes. ¿Qué había sucedido? Sencillo: Se lo había tragado la
Sociedad Italiana. Unas cuantas tablas cedieron y se rompieron depositando a
Luis en el sótano que estaba bajo el piso. Salió como pudo y siguió corriendo
para que no lo alcanzaran.
LA BRUJA PERÓN
Viajamos a
Lobos con Ardiente Paciencia. Era 1994 y también significaba el debut de
Leandro Galaz en el teatro. Por ese entonces se viajaba en colectivo, era una
era pre combis, por decirlo de alguna manera, que incluía escenografías
respetables. El caso es que a la llegada a Lobos el micro ingresa por donde
está ubicada la casa natal de Juan Domingo Perón. Alguien comenta: -Mirá, acá
nació Perón y Leandro – escuchando V, por P, al fin y al cabo dos letras que
han solido yuxtaponerse por años- pregunta: -¿La Bruja?
UNA ESTATUA AL BORDE DEL KO
Mas que una
anécdota una suma de ellas fue la presentación en 1988 de El Huevo de Pascua en
Rojas. Primero porque fuimos seleccionados por Norberto Manzanos, creador de la
Comedia de la Pcia. Segundo porque era una adaptación realizada por Marcelo
Valdez y Duilio Lanzoni sobre El Avión Negro y tercero y fundamental porque el
Negro Vega había ideado un set televisivo donde se desarrollaban los distintos
skechts de la obra. Montado sobre caños estructurales, los de los parabólicos,
con sobrescenario y multitud de elementos de utilería, que incluían entre otras
cosas: camilla, sillón de dentista, dos máquinas de humo, dos sillas de rueda,
juego de sillones, mesa y sillas de bar, bombo de manifestación, dos
televisores, un muñeco tamaño humano, y varios etcéteras. De hecho, para el
viaje, el colectivo municipal llevaba a los actores y los buches llenos de
elementos y se agregaba un camión con el resto de la escenografía. Súmenle que
había que montarla, actuar (coordinando cada movimiento para cambiar las
escenas) y desmontarla rápido ya que después venía otra puesta. (Teatrantes de
Mar del Plata, que mucho años después nos reprochó lo que los habíamos hecho
esperar entonces, y con razón). Para completar el panorama la sala estaba en un
primer piso y hubo que subir todo a hombro, por una escalera. En una de esas
subidas, Diego Lanzoni llevaba uno de los fierros y al girar por la escalera
hacia la sala, impactó en una estatua de mármol que simbolizaba a Tespis. La
escultura acusó el golpe y osciló por un buen rato ante la mirada azorada de
todo el mundo, sin que nadie atinara a hacer otra cosa. Con un ruido de trompo
finalizando su girar se quedó quieta y se salvó del KO, y a nosotros de alguna
represalia, suponemos. Agreguemos: antes de la función se nos perdió una
actriz, que se quedó mirando otra obra, Chiqui Cuevas debió salir a rastrearla
y para completar, la función fue muy mala. Tanto que la crítica del diario de
Rojas tituló: Mucha cáscara y nada adentro.
ALEJANDRO EL ESTOICO
1990. Vamos
al regional de Lincoln con De Víctimas y Victimarios y Concierto de
Aniversario. Alejandro Leopardo tenía 17 años y comenzaba en el grupo. Muy
flaco y de pelo largo. Su personaje en De Víctimas era un mendigo ubicado a la
entrada de la casa donde se desarrollaba la acción. En la Sociedad Italiana
estaba a un costado de la escena, pero el escenario de Lincoln era mucho más
pequeño, por lo que Duilio Lanzoni, el director de la obra, al llegar le indica
a Alejandro que se siente fuera de la escena, al lado de una escalera. Lo que
el director no miró es que estaba sentando a Alejandro al lado de un
calefactor. El calefactor estuvo encendido durante toda la función y Alejandro,
estoico, soportó durante los 50 minutos que duraba la pieza el calor abrasador
del artefacto. Sin moverse. Eso es lo que se suele llamar “traspirar la
camiseta”.